CURIOSIDADES: En la Edad Media,Los Animales No Humanos eran ajusticiados por los Tribunales Ordinarios

                                                        Imagen

En el otoño de 1457, los habitantes de Savigny, Francia, dijeron ser testigos de cómo una cerda y sus seis lechones atacaron y mataron a un niño de 5 años de edad. Y por ello los animales fueron llevados ante un tribunal de Justicia. En el juicio estaban presentes el juez, dos fiscales, ocho testigos, y el abogado defensor de los cerdos acusados. Del testimonio de los testigos quedó probado, más allá de toda duda razonable, que la cerda había matado al niño. La intervención de los lechones, sin embargo, era ambigua. Aunque salpicados de sangre, nunca fueron vistos atacando directamente al niño. El juez sentenció a la cerda a ser ahorcada por sus patas traseras de un «árbol de la horca”.  Los lechones, por el contrario, fueron exonerados de toda culpa.
Tal caso podría parecer extraño a los observadores modernos, pero los juicios a animales eran eventos públicos habituales en la Europa medieval. Los cerdos, vacas, cabras, caballos y perros que presuntamente hubiesen violado la ley, eran sometidos de forma rutinaria a los mismos procedimientos legales que los seres humanos. En el tribunal de justicia, eran tratados como personas.
Los académicos, juristas e historiadores que han investigado y estudiado los juicios a los animales no humanos creen que ello se debía a que, en aquella época, la sociedad medieval creía profundamente en un orden divinamente determinado, con el hombre en la parte superior, de modo que cualquier alteración de la jerarquía de Dios tenía que ser visiblemente restaurada con un acto formal. Otra hipótesis es que los juicios a animales podrían haber proporcionado a las autoridades la oportunidad de intimidar a los propietarios de los animales, especialmente cerdos, que corrían por las propiedades ajenas y causaban daños en ellas. Una cerda que cuelga de la horca era, en esencia, un anuncio de servicio público diciendo: “Controle a sus cerdos o van a morir antes de lo que se espera”.
Si bien estas explicaciones aportan algunas hipótesis sobre los enjuiciamientos a animales, ninguna de ellas llega completamente a aclarar la práctica. Corrección de orden jerárquico o enviar un duro mensaje a los propietarios de animales se podría haber conseguido de modo mucho más fácil y barato con la ejecución sumaria de los animales. Lo que los estudios parecen sugerir es  una consideración que a los ojos de hoy resulta muy interesante, y es que los ciudadanos pre-industriales consideraban a los animales no humanos como sujetos dignos de ser ajusticiados con la  justicia humana, principalmente porque no tenían, como los humanos, el libre albedrío para tomar decisiones básicas.
Los jueces tomaban en consideración las circunstancias personales de los animales antes de tomar una decisión legal. De ahí que los lechones fuesen exonerados de toda culpa en el anteriormente referido caso. El juez los declaró inocentes no sólo por razones técnicas (no hubo testimonios de cargo contra ellos), sino también porque los pequeños cerdos eran inmaduros, y por lo tanto no estaban totalmente formados para tomar decisiones con claridad. Además, fueron criados por una madre astuta, indicaba en la sentencia, y por lo tanto era incapaz de internalizar los códigos apropiados de conducta para transmitírselos debidamente a sus lechones.
La intencionalidad también contó en otro caso en 1379, también en Francia, cuando el hijo de un granjero fue atacado y muerto por dos piaras de cerdos. El tribunal determinó que una de ellas inició el ataque, mientras que la otra se unió después. El juez condenó a las dos piaras a muerte porque “sus gritos y gruñidos” durante el combate cuerpo a cuerpo se dice que confirmaban su aprobación. Una cerda, ahorcada en 1567, había sido condenada no sólo por agredir a una niña de 4 meses de edad, sino por haberlo hecho con una extraordinaria «crueldad».

El carácter del animal también fue un factor a tener en cuenta en las deliberaciones judiciales. En 1750, un hombre y un asno fueron llevados a juicio por bestialismo. El hombre fue declarado culpable y condenado rápidamente a la muerte. El asno, sin embargo, fue exonerado por la gente del pueblo, que presentó un documento ante la corte señalando que el animal estaba «en palabra y obra y en todos sus hábitos de vida era una criatura honesta”. Esta evaluación popular llevó al jurado a concluir que el asno era la víctima inocente de un humano violento y aberrante. Sólo los animales domesticados fueron objeto de exámenes en los que se tenía en consideración su personalidad y comportamiento. La expectativa era que, viviendo entre los seres humanos, comprendían mejor la diferencia entre el bien y el mal. Cuando un cerdo se portaba mal en la sala de audiencias, gruñendo en voz alta en la jaula del prisionero en la que permanecía, la falta de compostura podía ser considerada en su contra en la sentencia.
¿Significaban estos enjuiciamientos a animales que, sensu contrario, a los animales se les estaba confiriendo entidad moral propia?
Las respuestas contemporáneas van desde considerar los enjuiciamientos a animales como  supercherías rurales de sociedades anteriores a la Ilustración, como opina la jurista Katie Sykes, hasta los que ven en ellos el sadismo social que aglutinaba en los lugares públicos a la muchedumbre para contemplar en vivo ejecuciones, incluidas las de los animales, a los que ahorcaban. El historiador Edward P. Evans lo calificó en 1906 como «una disposición infantil para castigar a las criaturas irracionales”.  Sea como fuere, lo cierto es que en el pasado los animales domésticos estaban más presentes en la vida de la gente y compartían con ellos más tiempo y espacio, lo cual les llevó a fijarse en sus conductas, y a establecer diferencias en los comportamientos individuales de cada uno de ellos. Algo que resulta imposible hoy en día, una vez que han sido confinados en explotaciones intensivas.
En este sentido, estas reseñas históricas tienen mucho que enseñarnos sobre cómo ha cambiado nuestra relación con los animales domésticos con el tiempo, y cómo se ha ido perdiendo la empatía por aquellos animales con los que ya no se tiene una convivencia diaria, y a los que se ve como meros recursos.  Las personas que vivían en las sociedades agrarias preindustriales constantemente interactuaban con los animales domésticos. En el siglo XVII, los libros de cuentas de cultivo sugieren que los agricultores de la época pasaban hasta 16 horas al día observando y al cuidado de los animales domésticos. Observaron que estos animales tenían sus propias y diferentes personalidades, que tenían gustos y preferencias diferentes los unos de los otros, que respondían a las directivas humanas, participaban en las relaciones sociales, y se distinguían como individuos con personalidades únicas. Esta intimidad de observación duró hasta bien entrado el siglo XIX, hasta que el “maquinismo” se consolida y la tradicional granja-hogar es reemplazada por las prácticas que mantienen los animales en naves industriales de explotación intensiva alejadas del hogar del granjero y de la vida social. Un cambio de mentalidad siguió a este proceso de consolidación. Los seres humanos comenzaron a pensar y a hablar acerca de los animales como objetos. «El cerdo», explicó un manual agrícola a partir de la década de 1880, «es la máquina más valiosa en la granja”.  Hoy, con casi el 99 por ciento de los productos de origen animal derivados de estas «granjas industriales», esta visión de los animales-como-objetos persiste como la perspectiva dominante.
Hoy en día la Ciencia y los estudios en el campo de la etología animal confirman que los animales domésticos explotados en las granjas, especialmente los cerdos, son muy inteligentes y son conscientes de su vida y del modo en que son tratados. De hecho, según el conocimiento que se posee hasta la fecha, los cerdos son más inteligentes que los perros y los gatos, y resuelven problemas con mayor rapidez que muchos primates. Podría hablarse de que poseen las habilidades cognitivas de un niño de 3 años. Además, son seres muy afectivos y sociables, y muy protectores con sus crías, sobre todo las madres, construyendo nidos para albergarlas y recolectando para ellas frutos secos y semillas. En la vida salvaje, los cerdos pasan horas jugando juntos y disfrutando del sol.  Sin embargo, su situación en su relación con los humanos, lejos de haber mejorado, se ha tornado insostenible tanto desde el punto de vista ecológico como desde el punto de vista ético y moral.

Fuente: http://www.justiciaydefensaanimal.es/page8.php

www.slate.com